jueves, 15 de junio de 2017

El susurro del viento (Relato especial)

El susurro del viento

Ese día se había dirigido hacia un alto promontorio que se erguía hacia el sempiterno cielo, el mismo donde había tenido su primera cita, donde había admirado ese hermoso, felpudo, colorido y cautivante atardecer. Allí se encontraba después de años, de pie, viendo la misma novelera manifestación. Se habría quedado horas viendo ese cielo, pero algo más la distrajo.
El viento le acarició su rostro, de su sien a su cuello, pasando por su mejilla. Esa abstracta caricia le revocó esa cálida mano que siempre le había tocado de tal manera e instintivamente se volvió hacia atrás, impulsivamente y diestramente. Por unos momentos había pensado que él estuviera detrás suyo, pero al voltearse solo vio una landa verde y desolada. Su única compañía era los árboles que danzaban armoniosamente movidos por el viento. Se volvió. Quería llorar, de nuevo. Solo ella sabía cuánto lo extrañaba y no entendía porque la muerte se lo había llevado tan pronto, porque su huesudo dedo había rociado el destino de su novio.
Pero, era por eso que ahora ella se encontraba allí y la decisión de acabar con su vida era más determinada de cuánto lo hubiera estado su respuesta al casarse con él. Después de todo ella solo quería volver a estar junto a él, cueste lo que cueste, a pesar del precio. Se acercó al borde del promontorio con pasos intrépidos y firmes, observando ese cielo rosado y naranjado, y se detuvo solo cuando su pie derecho roció el vacío. Entonces levantó aún más su mirada hacia arriba y sonrió dulcemente.
«Al fin estaremos de nuevo juntos.»
Cerró los ojos e inclinó su cuerpo hacia adelante, dejando que su ligero peso hiciera el resto. Percibió su cuerpo irse hacia el vacío, un escalofrío la recorrió, pero antes que sus pies dejaran esa sólida base su cuerpo fue delicadamente empujado hacia atrás por el viento, dos manos invisibles. Se desplomó sobre su trasero en el verde y blando suelo, sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a llorar, gritando con toda la voz que tenía. Empero, no era por el miedo a la muerte, por haber estado cerca de cometer el suicidio o porque le dolió al caerse hacia atrás que había empezado a llorar. No. La causa había sido una voz, a ella más familiar de su misma voz, que se había introducido dulcemente en sus oídos, en su mente, y le había susurrado: «Todavía es temprano para ti, amor mío, vive tu vida y cuando será tu hora nos volveremos a encontrar. Yo te esperaré siempre. Te amo.»
Y el viento volvió a acariciarle de la misma manera que él había siempre hecho.

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